Y no me hables más de la belleza:
Esas miradas que no se miran.
Esos que no se miran mirándose.
Hasta el parpadeo.
El momento.
La pupila dilatada.
De las miradas esquivas.
De los iris de esquirlas.
Esquivas.
Se encuentran.
Se abrazan.
Entre un parpadeo y el otro.
Con los ojos se acarician.
Las pestañas se entrelazan.
No se confrontan.
Se estudian.
Se analizan.
Sin mirarse.
Mirándose.
Se deslizan en el aire.
El aliento.
Caliente vapor.
En el espacio se buscan sin buscarse.
Conectan.
Un instante.
Dentro del distante cotidiano.
Cotidiano amargo.
Amargo camino a ningún lugar.
Tan largo como el suspiro.
Como el orgasmo.
Como el espasmo.
Como sobrevolar el abismo.
Y se pierden de nuevo.
Por los agujeros de sus calaveras.
Las cuencas derraman hormonas.
Oxitócina hasta el coma.
Las miradas segregan moléculas impares.
Y ya no se miran no mirándose.
Se escrutan detenidamente.
En ese lapso profundo abismo que caigo.
Y me pierdo.
Me pierdes perdido a tus pies.
Lamo tu dedo gordo.
Me arrodillo y te alabo.
Tus uñas pintadas de asfalto.
El espanto de tus ojos me acosa.
El espanto de tus ojos me acosa.
Morbosa mirada distorsionada.
Con sabor a rosas.
Espinas.
Tallo.
Y hoja.
La hoja vacía y el papel en blanco.
El ansia de llenarlo.
Escribirlo o vomitarlo.
Apagada la chispa vital hoy esta.
La piel.
Que recorro con mis ojos.
Y me pierdo en tu mirada.
Extasiada.
Ojos en blanco.
Pupilas de arcoíris.
Y no me hables más de la belleza.

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